Por Darío Botero Pérez
“Dichosos somos nosotros, oh Israel;
porque sabemos las cosas que son del agrado de Dios”
(Baruch, cap. 4, ver. 4)
“La gente difícilmente entiende que no entiende”
Nicolás Gómez Dávila
Pasado abominable
Es consistente la estrategia del sionismo para causar el Fin del Mundo que les impuso Yahvé como su gran obra a los judíos herederos del impostor Jacob, padre inmediato del presunto “pueblo elegido” destinado para tan escatológica, inhumana e intolerable misión.
O, más bien, se las impusieron los masones, interesados en mantener su preeminencia anónima mientras ponen a los arribistas ex nómadas a destruir la biosfera y a asesinar a los díscolos autónomos que creen en otras cosas o no creen en nada.
Éstos “ateos” son poco obedientes pero lúcidos. Se guían por la ética en vez de por morales caprichosas que descalifican a quienes no las comparten. No se consideran superiores ni inferiores a nadie sino individuos soberanos, responsables de sus propias vidas y respetuosos de las ajenas. Aplican la idea de que “la libertad es el derecho de hacer lo que no aporte perjuicios a los otros”, según aserto de Ezra Pound citado por Camilo Jiménez en el periódico editado en Medellín, Universo Centro No. 29.
En cuanto a los sionistas, su insistencia en cumplir su elevada misión, que sería premiada con la “tierra prometida”, se rastrea desde los inicios de las religiones derivadas de Abraham, en particular la atribuida a Ismael, el hijo de la egipcia Agar (el islamismo); y la que fundó el tramposo Jacob (el sionismo o judaísmo) quien cambió su nombre por el de Israel, convirtiendo a su pueblo en la peor y más persistente calamidad para la Humanidad.
El cristianismo -que sería la tercera religión monoteísta atribuible a los mismos orígenes ideológico-teológicos-, aunque sus jerarcas insistan en mantener su control mental de los creyentes con miras al enfrentamiento entre culturas, prácticamente ha superado algunas connotaciones fundamentalistas que siguen aquejando a las otras dos. A saber, al islamismo extremista que acude al terror contra su mismo pueblo y se siente con derecho a obligar a los herejes a que abracen su fe o mueran; y al sionismo fundamentalista que sigue apegado a su misión apocalíptica y está convencido de que llegó la hora de cumplirla extinguiendo a los gentiles.
En cambio, el mensaje de Jesús sigue siendo revolucionario, aunque los que explotan al prójimo que cree en él prefieran destacar su sacrificio en la cruz, e insistir en que fue un dios que se hizo hombre, haciéndose matar para redimirnos de nuestros pecados.
Evidentemente, este loable propósito redentor no pudo lograrlo. Y eso que, según nuestra arrogancia, el crucificado era nada menos que la tercera persona de la divinidad, el “hijo del Padre” (en vez de nuestro hermano como hijos todos del mismo padre, que fue lo que enseñó el Maestro).
Tal tergiversación de la acción de Jesús, que deja a dios como un incapaz frente a la maldad humana (que ni siquiera el sacrificio del hijo de dios logró vencer), la resolvieron e impusieron los “padres de la iglesia” siglos después, cuando la institución se convirtió en un arma de dominación ideológica al servicio del imperio romano, tanto como en un medio de subsistencia holgada y privilegiada para los ministros religiosos.
Con esos fines protervos, les tocó distorsionar y subestimar todo el contenido doctrinario de las predicaciones de Jesús, que son su verdadero aporte porque sirven de guía para defendernos de los enemigos comunes como hijos de dios iguales a cualquier otro.
Sabían de su sentido altamente revolucionario, pues es capaz de dotarnos a todos de ideas de igualdad, dignidad y respeto que descalifican cualquier régimen jerárquico tanto como a cualquier megalómano convencido de su falsa superioridad. Ese es su gran valor universal, el mismo que la “teología de la liberación” se ha esmerado en rescatar en beneficio común y que el beato Wojtyla y los demás papas rechazan con fervor de súbditos incondicionales de los dueños del Mundo.
En consecuencia, despojándonos de tanto orgullo -que nos ha llevado a postular que dios fue impotente para salvarnos con su sacrificio; y eso que era nada menos que dios, lo cual, evidentemente, nos vuelve superiores a él, al menos en terquedad-, debemos acudir a los consejos de Jesús más que a las distorsiones interesadas de su naturaleza humana, tan equilibrada que le permitió alcanzar una condición divina, como otros grandes maestros que se han esmerado por guiar a la Humanidad por sendas de paz, igualdad, tolerancia, respeto y convivencia armónica con la Naturaleza.
Inclusive, se trata de predicadores con ideas y leyendas semejantes, según lo resume Fernando Vallejo en su libro “La puta de Babilonia”. Vale la pena rescatarlo para ilustración de quienes no lo hayan leído y hasta como invitación para que lo lean. Antes, no sobra advertir que Vallejo considera muy dudosa la existencia histórica del Cristo, lo cual es relativamente intrascendente al considerar el valor universal y civilizador de sus enseñanzas. Veamos la página 101 de la edición de Planeta:
“Cristo es un engendro fraguado por Roma, centro del imperio y del mundo helenizado, a partir del año 100, juntando rasgos tomados de los mitos de Atis de Frigia, Dionisio de Grecia, Buda de Nepal, Krishna de la India, Osiris y su hijo Orus de Egipto, Zoroastro y Mitra de Persia y toda una serie de dioses y redentores del género humano que lo precedieron en siglos y aun en milenios y que el mundo mediterráneo conoció a raíz de la conquista de Persia y la India por Alejandro Magno... Cristo nació el 25 de diciembre de una Virgen, y en la misma fecha, que es el solsticio de invierno, nacieron Atis, de la Virgen Nana; Buda, de la Virgen Maya; Krishna, de la Virgen Devaki; Horus, de la Virgen Isis, en un pesebre y en una cueva. También Mitra nació el 25 de diciembre, de una virgen, en una cueva y lo visitaron pastores que le trajeron regalos. Y de una virgen también nació Zoroastro o Zaratustra”...
Las semejanzas siguen describiéndose en unas cuantas páginas más, con suficiente erudición como para que no sea fácil negar la veracidad de la información suministrada.
En cuanto a las diferencias del cristianismo con el sionismo y el islamismo, podemos señalar que, por una parte, jamás ha practicado la ablación del prepucio (o circuncisión), aunque practicó gustoso la quema de brujas para consolidar el poder de la iglesia. Por otra, ya superó las épocas del fanatismo hirsuto que lo llevó a considerarse con derecho para asesinar musulmanes a fin de recuperar las tierras santas de Jerusalén; o indígenas herejes condenados a convertirse a la religión verdadera “fuera de la cual no habría salvación”, lo cual les costó sus vidas a los más reacios, y sus tesoros minerales y culturales, tanto como su libertad, a los más ingenuos, crédulos o cobardes.
Presente aterrador
Actualmente, la desmesura sionista ha alcanzado su mayor alarde fundada en que controla a USA tanto como a las agencias internacionales (ONU, OTAN, BM, FMI, BCE, OCDE, OMC, OMS, etc.), lo cual le otorga gran poder político y económico. Ambos los refuerza con el poderío militar de su gran colonia americana tanto como con los arsenales -que incluyen bombas atómicas no autorizadas por la AIEA- disponibles en Israel y que está afanado por usar contra Irán.
Pero la imposición del Nuevo Orden Mundial que le permitiría exterminar a las mayorías y destruir impunemente la biosfera, el sionismo la basa, sobre todo, en su monopolio financiero mundial. Éste se remonta en la Historia y le ha servido para mantenerse al lado de los poderosos quienes, no obstante, aunque los utilizaron, no dejaron de perseguir a los judíos ni de asesinarlos, como lo hacían los odiados (pero ya castigados y ejecutados) zares rusos. Éstos fueron despojados de su poder por los bolcheviques, financiados por los banqueros sionistas y apoyados en los ingenuos proletarios anhelantes de revolución.
En la actualidad, mediante su preeminencia de banqueros, los judíos Rotschild han llegado a dominar el Mundo en nombre del sionismo (aunque lo oculten), tras ingentes y admirables campañas históricas por sobrevivir en medio de sus enemigos, hasta alcanzar el poder suficiente para vencerlos a todos. Al efecto, confían en que fanatizándolos lograrán que éstos (cristianos y musulmanes, sobre todo) se maten mutuamente sin que los sionistas sufran demasiado. Al menos, su astucia les ha funcionado hasta ahora. Y triunfarán si no los detenemos y castigamos antes de que sea imposible reaccionar.
Futuro en vilo
Por fortuna, el dinero es una convención social que los pueblos pueden cambiar a su capricho, sin mayores traumatismos, quitándoles su poder, tan desmesurado como artificial o convencional, a los potentados.
Basta una decisión elemental, altamente positiva para el funcionamiento fluido de la actividad económica real tanto como idónea para establecer la igualdad social porque el nuevo dinero, equitativamente distribuido entre todos los consumidores, carecerá de connotaciones de riqueza y poder pero conservará su función de aceite del mercado; esto es, de equivalente universal apto para adquirir lo que cada uno desee.
Al contrario de la deleznable economía formal o monetaria, la verdaderamente indispensable es la que reúne a la gente que produce y consume bienes y servicios útiles, no meramente convencionales. Esto es, la economía real.
Con su trabajo y el alto desarrollo de las fuerzas productivas alcanzado por la Humanidad, ésta es capaz de satisfacer las necesidades de consumo para toda la población mundial, ahora condenada a la miseria por el 1% que controla, mediante convenciones ya intolerables, las finanzas mundiales en todos los países, excepto en cinco (Irán, Corea del Norte, Sudán, Cuba y Libia).
Semejante monopolio social del dinero, las finanzas y el crédito, tan abusivo, les permite a los banqueros sabotear la producción de bienes y servicios aunque los productores estén en condiciones de adelantarla. Lamentablemente se los impiden las supersticiones impuestas por las sociedades jerárquicas al servicio de los potentados y defendidas por los gobernantes cipayos que les han cedido el monopolio financiero. Esto es, el manejo arbitrario del dinero, que es tan indispensable en las sociedades mercantiles y debería estar disponible para todos los ciudadanos a fin de que la economía fluya y crezca sin obstáculos artificiales.
Por eso estamos obligados a derrotar a estas élites, sobre todo para conseguir la justicia social facilitada por el alto nivel de las fuerzas productivas desarrolladas por el capitalismo, aunque con serias y nocivas distorsiones -introducidas por los propietarios privados de los medios de producción, ansiosos de ganancias rápidas y elevadas- que debemos corregir urgentemente.
En contraste, quienes posan de amos del Mundo se reservan el monopolio de los servicios y productos financieros, que son meras convenciones sociales carentes de valor en sí mismas, de modo que es bastante fácil remplazarlas por otras más adecuadas para el manejo acertado de la economía en beneficio de todos.
Los tradicionales monopolizadores del dinero prestan y ofrecen su convencional y deleznable aporte a través de las instituciones financieras, incluidas las bolsas de valores que convierten la economía en un casino, de modo que estamos obligados a remplazarlas con instituciones idóneas definidas por los pueblos y puestas al servicio de todos.
Retornando a la economía real, corresponde reconocer que ese “progreso” deformado y nocivo de las fuerzas productivas se ha alcanzado a costa de la Vida y la Naturaleza debido a que se basa en el lucro individual de unos cuantos privilegiados que, actualmente, están desbocados en su propósito de arrasar con todo.
Su ambición los ha llevado a convertir el Mundo en un basurero porque no les interesa satisfacer necesidades de consumo auténticas sino imponer un consumismo irresponsable que les permita vender más para aumentar desmesuradamente sus ganancias.
Con tales fines han llegado al extremo de que los empaques -convertidos por los usanos, desde que optaron por el consumismo tras la segunda guerra mundial, en el polo de atracción del consumidor incauto- cuestan mucho más que los contenidos. Pero unos y otros están destinados a ser desechados lo más rápido posible, para ser remplazados por similares embelecos. Tal derroche enfermizo es estimulado por los medios de comunicación. Mediante él se generan obsesiones fantásticas que no puede resistir el consumidor indefenso, sometido al bombardeo incesante, perverso y maquiavélico de la publicidad.
En vez de poner la economía al servicio de las necesidades humanas auténticas, se estimula el consumo irracional y enfermizo para quienes disponen de capacidad de compra. Mientras tanto, los millones que no la poseen mueren de hambre, en medio de una miseria que pisotea la dignidad humana por disposición de unos potentados viles que han monopolizado el poder y la riqueza mediante maniobras especulativas y crímenes desmesurados.
Entre sus canalladas conocidas figuran las invasiones a países (Palestina, Afganistán e Irak son sus víctimas más sonadas en lo que va de siglo); la destrucción acelerada y continua del medio ambiente; y la instigación de guerras mundiales, como esta tercera que está en curso y que pronto será inminente -una vez se dé el primer ataque genocida de amplio espectro- si no reaccionamos de una vez por todas, con claridad y contundencia, en todo el Mundo, para evitarla.
Si se desata, sin duda constituirá el Armagedón con el que sueñan los sionistas desde que Abraham resolvió apoderarse de las tierras de los buenos y cordiales palestinos, que tan bien lo recibieron junto a su esposa y su sobrino cuando salieron de Haran con la intención de arrebatarles sus tierras a sus amables anfitriones. Parece que otro motivo más pedestre para el despojo de las tierras ajenas en que vienen empeñados los sionistas desde entonces, es que el par de personajes (Abraham y Lot) no podían regresar a Ur de Caldea, de donde los había sacado antes Taré, el padre de Abraham, con sus mujeres, sin que se sepa la causa.
No se trata de ninguna calumnia. Afortunadamente, la Biblia es un libro suficientemente conocido, de modo que cualquiera puede enterarse de las proezas de estos loquitos de dios, usureros de siempre, y enemigos de todos, que, ahora, cuentan con la concentración de poder y de riqueza suficientes para sentirse capaces de controlar el Mundo e imponerles sus delirios a los demás.
Mientras insisten en exterminar a la mayoría de la población, pretenden establecer una homogeneidad antinatural (el consumismo hirsuto de los usanos) que niega la inmensa diversidad propia de la Vida y la Naturaleza, destruyendo la identidad cultural de los pueblos, como lo vemos en la milenaria China, ahora “comunista”.
Los sionistas -contra cualquier evidencia científica o racional o histórica o antropológica o hasta teológica- siguen convencidos de que, efectivamente, son los elegidos de dios, y de que el Universo fue creado para que hiciesen con él y con sus contenidos lo que se les ocurriese; en particular, sacrificar criaturas para satisfacer el placer que siente Yahvé con el olor a carne asada.
En síntesis, el desafío es definitivo. Consiste en extinguir la Vida mediante la precipitación del Fin del Mundo, o en superar la Historia para construir la sociedad horizontal o plana, respetuosa de todos, que podemos denominar Sociedad Democrática Global.
No hay dudas de que el reto -planteado por el 1% contra el 99%- está en proceso y progresando. Tampoco la hay de que nos incumbe a todos enfrentarlo para que existan posibilidades de vencer mediante la participación consciente de las mayorías dignas y lúcidas. De lo contrario, los enemigos comunes se saldrán con la suya, de modo que la nuestra será una especie fallida e irredimible, a pesar del sacrificio de Jesús, el Nazareno.
Cada uno tiene que resolver qué posición toma, pues el tiempo se agota y necesitamos ser suficientes para vencer. Estamos obligados a alcanzar la masa crítica necesaria para aplastar a los enemigos comunes.
El dilema, conviene repetirlo, es: o el Fin del Mundo causado por el Nuevo Orden Mundial Perverso, o la Sociedad Democrática Global defensora de la diversidad, de la Naturaleza, de la Vida y de su dignidad en un futuro luminoso construido por todos
Podemos ponernos a orar para no ir al Infierno con las mayorías pecadoras, o a denunciar, combatir y vencer a quienes nos inducen al pecado y nos llevan hacia el matadero mundial, que sería el verdadero Infierno para todos.
Sin duda, es un reto para cada persona resuelta a ejercer como tal. O sea, depende de ti aunque te escudes en cualquier cosa para negarlo. La conciencia no admite esos engaños que destrozan la salud mental de quienes los consideran dogmas de fe de modo que se resignan a esperar sumisamente lo que nos han decretado los enemigos comunes: el exterminio.