Capitulo V (Mi campaña con el Che), Por Inti Peredo
Los problemas provocados por la deserción del Partido en el instante que más precisábamos de él no fue obstáculo para que nuestro grupo guerrillero elevara su moral y realizara trabajos preparatorios que tenían carácter educativo.
El Che estimaba que el hombre, cuando esta metido en el monte, proscribe los hábitos de la ciudad, no sólo por la dureza con que se desarrolla la lucha y falta de contacto con algunas formas culturales o de «civilización». La vestimenta andrajosa, la falta de higiene personal, la comida escasa y a veces primitiva, muchas veces la carencia de utensilios domésticos, obliga al guerrillero a adoptar ciertas actitudes semi-salvajes.
Che combatía con energía esta conducta y orientaba el trabajo para estimular un espíritu constructivo y creador del guerrillero, la preocupación por la ropa, las mochilas, los libros y todo lo que constituía nuestros «bienes materiales». Por eso dirigió con cariño las «obras públicas» del segundo campamento, ubicado a unos ocho kilómetros de la Casa de Calamina.
Rápidamente se construyeron bancos, un horno para el pan, que estaba a cargo de Apolinar, y otro tipo de «comodidades». Regularmente ordenaba lo que él bautizó como «guardia vieja»: una limpieza a fondo de todo el campamento.
Algunos periodistas y críticos de nuestra guerra han considerado que ese campamento era la base de operaciones estables. Es una apreciación falsa.
Ramón nunca pensó quedarse ahí definitivamente. Todo el trabajo realizado, con excepción de las cuevas estratégicas, tuvo el carácter ya descrito: para que Revista Almiar el hombre estuviera en permanente actividad y no perdiera sus costumbres adquiridas.
Primera escuela de «cuadros»
Allí surgió también lo que podría denominarse la primera «escuela de cuadros». Todos los días de 4 a 6 de la tarde los compañeros más instruidos, encabezados por el Che, daban clases de gramática y aritmética, en tres niveles, historia y geografía de Bolivia y temas de cultura general, además de clases de lengua quechua. En la noche, a los que deseaban asistir voluntariamente (las clases de la tarde eran obligatorias), Che les enseñaba francés. Otro tema al que le daba primerísima importancia era el estudio de la Economía Política.
Después de estos incidentes en que Marcos fue sustituido de la vanguardia, mantuvo una conducta de absoluta disciplina, y se empeñó por ser el mejor de todos. Incluso se destacaba por cargar, en condiciones cada vez más difíciles, la mochila más pesada, y además de su fusil Garand, una ametralladora 30. Marcos y Pacho murieron combatiendo heroicamente, convirtiéndose en hombres ejemplares y queridos. El otro hecho penoso fue la muerte de Benjamín, un joven boliviano de físico muy débil; sin embargo tenía un carácter fuerte, una posición ideológica muy desarrollada, y una decisión inquebrantable de defender con su vida nuestros ideales.
Che quería mucho a Benjamín, y en los meses que permaneció con nosotros, siempre lo estimuló a seguir adelante.
En el Río Grande Benjamín caminaba muy agotado y tenía dificultades con su mochila. Cuando marchábamos por una faralla hizo un movimiento brusco y cayó al río que iba muy crecido, y con fuerte corriente. No tuvo fuerzas para dar unas cuantas brazadas. Corrimos a salvarlo e incluso Rolando se tiró al agua y buceó tratando de rescatarlo. No lo pudimos ubicar. Estos problemas hicieron impacto en nosotros.
Fue allí cuando afloró nuevamente el genio del Che quien nos dio lecciones de solidaridad, disciplina y moral.
El 22 tuvimos un breve choque con el ejército. En la mañana habíamos sorprendido al chofer de una camioneta de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) que estaban examinando nuestras huellas acompañado por un campesino que habla delatado nuestra presencia. Los apresamos. Enseguida nos emboscamos para detener otros vehículos y golpear al ejército si se acercaba hasta nuestras posiciones. Sólo logramos conseguir alguna mercancía y plátano de un camión que cayó más tarde. A las 8 de la noche, cuando estábamos listos para partir, se sintió un breve tiroteo. Era Ricardo que sorprendió a un grupo de soldados y a un guía que llegaban a un firme para enseguida caer sobre nosotros.
No supimos si habíamos ocasionado bajas al enemigo. En esa oportunidad se nos perdió el Loro Vázquez.
Nuestros hombres estaban emboscados y Rolando había dado orden de abandonar las posiciones a las 18.30 horas. Después de ese plazo, le esperaron un largo rato pero no apareció. Días más tarde la radio anunció que había sido capturado herido. Luego difundió su «fuga» del hospital de Camiri. Algunos periodistas han divulgado la idea de que el Che lo envió en una misión solitaria. Esto es absolutamente falso.
Nunca supimos qué había pasado con él. El mismo Ramón explica en su Diario que el saldo es «negativo» entre otros factores, por la «pérdida (aunque espero que transitoria) de un hombre...». Antecedentes que hemos recogido con el tiempo nos permiten conocer, sin embargo, que Loro murió como un valiente. Herido, fue bestialmente torturado por los esbirros del presidente Barrientos. Como no le pudieron sacar ni una sola confesión que nos delatara, se lo llevaron en un helicóptero y lo tiraron vivo, en medio de la selva. Lorito fue un hombre valiente, audaz, leal. Fue uno de los cuatro que trabajó incansablemente en la preparación previa al foco.
El subteniente Laredo tenía un diario de campaña y una carta de su mujer que nos causó tremenda sorpresa.
En el diario en la fecha mercada de 1º de mayo se refería a los trabajadores como holgazanes y otros adjetivos despectivos. En cuanto a su tropa hablaba de la falta de moral combativa, mencionando a soldados que lloraban cuando se enteraban de la presencia cercana de los guerrilleros. La carta de la esposa se refería a la preocupación que ella tenía por Laredo. Pero luego hacía un agregado en el que más o menos decía lo siguiente: «Nuestra amiga te pide que nos traigas una cabellera de guerrillero y yo te pido lo mismo para adornar el living de la casa».
Este episodio nos hace recordar los tristes y siniestros días del nazismo y la profunda brecha que existía entre la conducta o el ánimo del ejército respecto a los guerrilleros, que contrastaba con el trato digno y humano que nosotros dimos a los prisioneros.
La carta y el diario causaron conmoción y repudio entre nosotros. El respeto del Che por la persona humana, independientemente de la conducta que ésta observara, se puso de manifiesto una vez más al decidir esperar una oportunidad adecuada para devolver el diario del teniente Laredo a la madre de éste, puesto que el oficial enemigo así lo hacía constar, como un deseo expreso, si llegaba a morir en combate o era capturado por nosotros. El diario de Laredo permaneció en la mochila del Che hasta la emboscada de Yuro el 8 de octubre.
El segundo combate del mes de mayo fue el día 30. Habíamos llegado hasta la línea del ferrocarril a Santa Cruz buscando el Michuri, siempre con el pensamiento puesto sobre Joaquín que, al parecer, se había movido hacia el norte. En un camino petrolero Che dejó una emboscada mientras se realizaba una exploración en un jeep que se había requisado a YPFB. A las tres de la tarde se produjo el choque.
Al día siguiente se produjo un acontecimiento espectacular. Paulino nos informó que los tres «comerciantes» no eran tales, sino espías que enviaba el ejército para realizar labores de inteligencia. La valiosa información de Paulino, que a su vez la había recibido de su novia, otra muchacha del poblado, nos permitió detenerlos.
Fue una colaboración sumamente importante que nos mostraba las ricas perspectivas que existen cuando el contacto con los campesinos es prolongado. Paulino continuó posteriormente con nosotros y fue enviado a Cochabamba llevando algunos mensajes, los que no llegaron a su destino porque el ejército detuvo al muchacho. En ese mismo lugar Che trabajó como dentista y se sacó el cariñoso apodo de Fernando Sacamuelas.
Nuevamente empezamos a buscar Río Grande y posteriormente la desembocadura del Rosita para llegar a Samaipata, donde pudiera estar Joaquín, ya que Che le había comunicado que ésta era una zona probable de operaciones. Sorpresivamente el día 10 una escuadra nuestra compuesta por Coco, Ñato, Pacho y Aniceto tuvo un choque con el ejército. El acontecimiento se desarrolló así: los cuatro compañeros llevaban la misión de llegar a la casa de un campesino para buscar alimentos e información, cuando se encontraron inesperadamente con los soldados que avanzaban por las márgenes contrarias del río. Inmediatamente se intercambió un tiroteo nutrido con un inmenso gasto de parque por parte de los nuestros. Posteriormente se retiraron Ñato y Aniceto y luego lo hicieron Coco y Pacho. No tuvimos noticias de bajas en las filas
enemigas hasta que dos días después los noticiarios radiales anunciaban que habíamos muerto a un soldado y herido a otro.
Aunque no habíamos sufrido ninguna baja, el ejército, en sus partes oficiales, anunciaba mi muerte y la de otros dos compañeros no identificados.
Ésta era una simple maniobra de carácter sicológico para disminuir en parte el impacto de nuestros golpes, el efecto desastroso para ellos que estaba causando en la opinión pública. Por eso, mientras nosotros llegamos de nuevo al Río Grande y luego al Rosita en busca de nuestra retaguardia con la cual habíamos perdido contacto desde hacía casi tres meses, el ejército desviaba una parte de sus recursos a las tareas represivas en las minas. Aunque no nos informamos por las emisoras bolivianas, que estaban censuradas, una radio argentina dio la noticia de la masacre de San Juan en las minas de Siglo XX, con un saldo de 87 víctimas. En esta forma, el gobierno lacayo del gorila Barrientos pretendía acallar el clamor de las peticiones obreras y los signos evidentes de apoyo de este sector hacia nuestra lucha. Esta acción demostraba, indudablemente, la debilidad del régimen. Nosotros adquiríamos más conciencia de que un grupo pequeño de hombres de vanguardia es capaz de destruir los cimientos de una sociedad corrompida en un tiempo infinitamente menor que todo el esfuerzo que emplean los politiqueros en conciliaciones, componendas y reformas sin importancia que frustran finalmente al pueblo. En esta ocasión el Che hizo un llamado a los mineros (el comunicado Nº 5)
instándoles a unirse a la lucha guerrillera y explicando las verdaderas tácticas de lucha que debe adoptar el pueblo; ese manifiesto fue conocido sólo después de su muerte.
Pombo, que estaba herido, sintió la muerte de Tuma como si fuera el familiar más querido. Se habían prácticamente criado juntos, combatiendo juntos en la guerra de liberación de Cuba, habían participado juntos en el Congo y ahora la muerte los separaba en Piray.
Esa misma tarde se tomaron prisioneros a dos nuevos espías, uno de ellos oficial de carabineros; luego de advertirles cuáles eran las normas de la guerra y de amenazarlos con una sanción severa si se les volvía a sorprender en esa actitud, fueron dejados en libertad, pero en calzoncillos. Por una mala interpretación de una orden del Che en el sentido de que fueran despojados de todo lo que servía, se les quitó la ropa. Cuando el Che conoció esta acción se indignó, llamó a los compañeros que la habían realizado y les dijo que a los seres humanos había que tratarlos con dignidad, que no se les debía ocasionar humillaciones ni vejaciones gratuitas. A su lado el cadáver de Tuma.
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