Por Jaime Richart...
Todos los problemas del mundo vienen de Dios en mano de la estulticia de los hombres. Y digo de los hombres sólo y no también de las mujeres, porque han sido los machos quienes lo inventaron; y luego los que manejaron su concepto.
Si una sociedad abrupta, agresiva y cainita como la española fuese capaz de suprimir a Dios de un decretazo, de la noche a la mañana los ricos se arruinarían, la propiedad de la tierra empezaría desde cero y se daría a sí misma inmediatamente la República.
La mujer es mucho más práctica como para ponerse a idear herramientas con las que conquistar a los hombres u otras tierras. La mujer no divaga, ni es dada a profundizar ni se eleva demasiado como no sea para ver a las vírgenes que diseñó el macho, o a Dios en los pucheros. La mujer, excluida desde el principio de los tiempos del derecho a opinar sobre Dios, vive a ras de suelo, y a menos que haya caído en la desgracia de ir a parar a los brazos espirituales de un manipulador, se basta a sí misma para hacer frente a la vida y a la muerte
Es el hombre el inválido, el incapaz que precisa de patrañas de altura (y que, pasada cierta edad, descubre hasta qué punto lo son) quien necesita de una idea tan noble como estúpida, tan consoladora como devastadora. Y todavía anda por ahí, a estas alturas de la civilización, un hombre ataviado con extraña indumentaria encizañando y dividiendo al mundo entre los con Dios y los sin Dios. Y aún se arroga el derecho a meter tanto la pata porque no escucha ni a Dios.
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