Por CUBADEBATE...
Luis Posada Carriles sigue en libertad en Estados Unidos y solamente se le acusa por transgresiones de leyes migratorias, pero la detención el 1 de julio de uno de sus terroristas asalariados, el salvadoreño Francisco Chávez Abarca, El Panzón, debe tenerlo preocupado por lo que este sabe y ha hecho.
Buscado por la INTERPOL, Chávez Abarca intentaba ingresar a Venezuela, ¿con qué objetivo?, se preguntaba el presidente Hugo Chávez cuando formuló la denuncia al día siguiente ante las cámaras de la televisión venezolana.
Los propósitos han sido confesados por él. Pretendía reeditar en ese país un plan macabro que ya había tenido sus “resultados” en Cuba a finales de la década de 1990, cuando una escalada de atentados contra los hoteles de la Isla dejó un muerto, varios heridos y numerosos destrozos en el afán por desestimular el turismo. Era el pretendido “golpe maestro” con el que la ultraderecha de Miami, prohijada por las distintas administraciones estadounidenses, pensaba acabar con una revolución que había resistido desde 1959 las más disímiles y criminales confabulaciones para derrotarla.
Chávez Abarca fue una pieza importante. No sólo colocó tres de aquellos artefactos explosivos; también contrató a mercenarios centroamericanos para cumplir similar encomienda.
El pasado julio, 13 años después, reaparece en Caracas en las vísperas del inicio de la campaña con vistas a las elecciones legislativas de este 26 de septiembre en Venezuela, portador de similares planes criminales y desestabilizadores, que tenían también un mismo mentor: Luis Posada Carriles.
Trasladado a La Habana en virtud de las acusaciones que pesan sobre él y provocaron su inclusión en la lista de alerta roja de INTERPOL Cuba, durante el proceso investigativo en marcha Chávez Abarca no ha escatimado detalles que confirman que en uno u otro lugar los terroristas y los planes son los mismos.
Meses antes de su llegada al aeropuerto de Maiquetía -según confesó- ya había recibido instrucciones de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA) y de Posada para desestabilizar a Venezuela.
El golpe de Estado contra José Manuel Zelaya en Honduras el 28 de junio de 2009, los tenía eufóricos y acariciaban la idea que de tener éxito el complot contra Venezuela, “la izquierda perdía fuerza, porque era el país con más capacidad económica” en Latinoamérica.
Entre reuniones y pláticas, cuenta, le empiezan a insinuar que había que hacer acciones violentas y desestabilizadoras en Venezuela a fin de afectar las elecciones. Podían ser manifestaciones, la quema de llantas, bombas, atentados contra candidatos a la Asamblea Nacional y contra el propio presidente Hugo Chávez. También le aseguraron que existía mucho dinero en juego.
A juicio del estudioso del Centro de Investigaciones Históricas de la Seguridad del Estado (CIHSE), José Luis Méndez, estos elementos “nos dicen que los terroristas se están moviendo, están activos. Son señales de alerta”, precisó.
Por su parte, la acuciosa investigadora Eva Golinger opina que junto a las diversas maneras de subversión utilizadas por organizaciones pantalla de la CIA como la USAID y la NED, las agresiones contra Venezuela se intensifican debido a una situación regional en la que se consolida la Revolución bolivariana y sus resonancias se reflejan en otros países como Bolivia y Ecuador.
CERRANDO EL CERCO
La apertura del proceso investigativo que sentará materialmente en el banquillo a Chávez Abarca en La Habana no sólo arroja luz sobre los sucios planes contra Venezuela; es también la continuación del que en 1999 juzgó al mercenario salvadoreño Raúl Ernesto Cruz León y a los guatemaltecos María Elena González Meza, Nader Kamal Musalam Barakat y Jazid Iván Fernández Mendoza: sus contratados para sembrar el terror en la Isla.
Señalado por León en su momento como “el hombre que lo reclutó”, Abarca es desde entonces un culpable probado del que faltaba su comparecencia ante el juez… y el pueblo de Cuba.
Sus actos contra nuestro país se inscriben en aquella escalada criminal de los 90 contra los centros turísticos cubanos.
Con esas acciones, de paso, también proyectarían al mundo la imagen de que aquí existía una inconforme y beligerante oposición.
Las bombas o los fuegos intencionales que caracterizaron los sabotajes contra Cuba en los 60, fueron suplantados por pequeños pero letales artefactos que los terroristas preparaban, ellos mismos, antes de su colocación en los lugares más frecuentados por los visitantes foráneos, y cuyo estallido podían programar con varios días de antelación.
Bastaban una sencilla calculadora de bolsillo, un reloj, un detonador, algunos cables, y la sustancia C-4, un explosivo militar de alto poder destructivo con apariencia de plastilina que los criminales, usando la fachada de turistas, introducían en Cuba enmascarados en supuestamente inofensivos tubos de pasta dental, estuches de desodorante o pomos de champú. Pero alguno de aquellos alijos de C-4 incautados habría bastado para hacer estallar aviones en pleno vuelo.
Los encargados de colocar los explosivos en la Isla durante aquella etapa ya no serían cubanos, ni siquiera procedentes de Estados Unidos, sino mercenarios reclutados en un tercer país, fundamentalmente, en la región de Centroamérica, donde se estableció la base de una red pagada desde Miami por la FNCA.
Entre sus principales jefes en el istmo estarían Posada Carriles -entonces residente en El Salvador bajo distintos seudónimos como Ignacio o Ramón Medina-, y Arnaldo Monzón Plasencia, directivo de la FNCA y residente en Nueva Jersey, quien desde esa posición realizaba el financiamiento de grupos terroristas con asiento en Florida como Alpha 66.
Serían los años 1995 ó 1996. El taller de autos Moldtrock, propiedad del hermano de José Ramón San Feliú Rivera, en la capital salvadoreña, fue el escenario donde Chávez Abarca conoció a Posada. No existía mejor sitio, porque San Feliú estaba estrechamente vinculado a Posada Carriles, además, al igual que su padre, Ramón San Feliú Mayoral, tenía fuertes nexos con el entonces gobernante derechista partido ARENA.
Durante aquel encuentro Posada le habla primero de traer explosivos a Cuba, y luego él mismo “ya me muestra todas las cosas, cómo se hacía una bomba”.
“Él se encarga de los pasajes y la estadía y todo, yo sólo doy mi pasaporte”, afirma. Y le indica que podía meter los explosivos en unas botas color “café”.
Le pagarían 2 000 dólares por bomba que estallara. En su fechoría colocó tres pero una de ellas fue la que detonó. No obstante, los desastres en la discoteca Aché del Hotel Meliá Cohíba le valieron las congratulaciones de personajes como “Arnaldo Monzón, que era El Joyero; llegó (Guillermo) Novo Sampol, llegó Pedro (Crispín) Remón, llegó Posada y me felicitan por lo que había sucedido”.
“Ellos querían lograr que Cuba fuera puesto entre los países ‘peligrosos’ para los turistas (…) Es ahí que ya conocí a Raúl Ernesto Cruz León; le hago la propuesta claramente de lo que se iba a hacer, adónde se iba a hacer, que él iba a ir a conocer primero, que él podía decidir si veía la factibilidad de hacerlo o no, si lo hacía o no, y me dijo que sí, que si todo estaba bien, que él estaba de acuerdo”, narra Abarca durante el proceso de instrucción.
“Se le compran a Raúl un par de botas para traer los explosivos, los plumones para guardar los detonadores, se compra también como opción un despertador, porque no se podían traer los dispositivos electrónicos, las baterías. Se le prepara todo a Raúl, se lo prepara Posada y me lo entrega”.
“No tengo ningún recuerdo bueno de Posada”, asevera, pues trata a las personas “como objetos descartables”, incluso luego del arresto de Cruz León y cuando salieron sus declaraciones, Posada le ordenó “que había que matar la familia de Raúl, que yo me encargara de eso”. Fue él quien le pidió también “que había que seguir poniendo bombas”. Entonces Chávez Abarca colocó otra el 24 de mayo de 1997 en la oficina de la compañía Cubanacán Internacional de México SA de C.V, en la capital mexicana.
SUBVERSIÓN Y TERRORISMO SON SINÓNIMOS
La historia es conocida: a consecuencia de la oleada de atentados en Cuba perdió la vida el joven italiano Fabio Di Celmo y varias personas resultaron heridas.
Pero las continuas declaraciones de Luis Posada Carriles en las que reitera no arrepentirse de nada de lo que ha hecho y de que hay que blandir el hacha de la guerra contra Cuba, confirman que los planes terroristas no son un tema antiguo.
El 26 de junio último, el socio de Posada Carriles, Novo Sampol animado por la actitud tolerante del gobierno de Estados Unidos, ratificó en una entrevista igual postura que su compinche.
Tanto él como Posada, junto a Jiménez Escobedo y Crispín Remón, fueron arrestados en el 2000 en Panamá cuando pretendían volar con C-4 el Paraninfo de la Universidad, durante la presencia de Fidel en las actividades por la X Cumbre Iberoamericana celebrada en ese país.
Los cuatro terroristas compraron su indulto en el 2004. Reconoció Chávez Abarca que sus socios le habían contado que en el mismo avión en que salieron de Ciudad de Panamá iba el millón de dólares que se le pagó a la entonces presidenta Mireya Moscoso por dejarlos libres.
El triunfo de la Revolución cubana el Primero de Enero de 1959 puso en crisis la hegemonía de Estados Unidos en el continente latinoamericano.
Las bases políticas del sistema de dominación imperial, sustentadas en los principios de Seguridad Nacional, no podían asimilar la existencia de un proyecto social diferente gestado fuera de los escenarios de los centros de decisión del establishment.
Este constituye el punto de partida para comprender por qué la subversión y el terrorismo se insertaron desde entonces en la política que promueven contra la nación caribeña.
No es secreto que después del fracaso de la invasión mercenaria por Playa Girón, en abril de 1961, la Casa Blanca tuvo que reconocer una realidad nueva: la Isla no podía ser aplastada por la vía de golpes militares internos o externos, respaldados por campañas de propaganda y la manipulación de organismos regionales, método seguido hasta ese momento para enfrentar a los movimientos revolucionarios latinoamericanos, según el criterio del doctor Jacinto Valdés-Dapena Vivanco, del CIHSE.
Desde Washington se fomentaron operaciones de inteligencia con vista a medir el contenido de las acciones de las fuerzas revolucionarias, sus perspectivas, proyecciones; crear redes de agentes para la realización de actividades de espionaje, terrorismo, sabotaje y propaganda subversiva; el desarrollo sistemático de campañas de propaganda dirigidas a desacreditar el programa político de la Revolución y aupar condiciones internas en el orden social y económico para provocar un clima político contrarrevolucionario.
Estuvieron en el colimador de EE.UU. los propósitos de aislar diplomáticamente a la Revolución cubana; desplegar los medios de la guerra económica para impedir nuestro desarrollo social y fabricar, mediante métodos encubiertos, grupos denominados “disidentes” para presentar ante la opinión pública internacional la imagen de la existencia de una oposición política interna que opera como una fuerza alternativa a la revolución.
Desde 1959 empezó esa guerra sucia ilimitada contra Cuba, en la que han sobresalido todo una serie de grupos terroristas auspiciados por la CIA que tenían como misión el derrocamiento violento de la Revolución cubana, fundamentalmente utilizando la opción de la eliminación física de Fidel.
Hoy, a esas pretensiones, también se suma la escalada contra la República Bolivariana de Venezuela y su presidente Hugo Chávez, símbolos de los nuevos aires que recorren América Latina.
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