Después de la Segunda Guerra Mundial y una vez conocidas las barbaridades cometidas por los regímenes nazis en Europa, al mismo tiempo que se necesitaba la mano de obra extranjera para reconstruir los países, las corrientes racistas y xenófobas quedaron reprimidas por un tiempo.
Ahora, las políticas racistas y los movimientos que las promueven parecen tomar fuerza y ya comienzan a sancionar leyes que legalizan sus conductas, aunque a veces las disfrazan como leyes para el control de la inmigración.
En la ciudad de Malmö, al sur de Suecia, los inmigrantes viven con temor ante la serie de ataques a balazos a extranjeros ocurridos las últimas semanas. Aunque la policía sostiene que se trata de un atacante solitario que elige sus blancos entre inmigrantes, la acción parece un reflejo del clima antiinmigrante que se ha instalado en el país y que, en otra cosas, ha permitido que los extremistas de derecha, herederos de los partidos neonazis, hayan llegado por primera vez al parlamento.
Al mismo tiempo que los medios de comunicación se escandalizan con el ataque a balazos a inmigrantes, al mismo tiempo en otro lugar de Suecia, un grupo de pobladores lanzó botellas y bananas contra un campamento de refugiados, al grito de “malditos cabezas negras”, un insulto racista de vieja data. Por otra parte, uno de los partidos de gobierno propone legislar para dificultar el ingreso de inmigrantes y endurecer las normas para otorgar la residencia. Además, casi en secreto, decenas de gitanos han sido expulsados del país.
En la vecina Dinamarca, que ya tiene una política muy estricta para el ingreso de extranjeros, el gobierno conservador acaba de presentar un paquete de medidas para detener el ingreso de inmigrantes, eliminar los denominados “guetos” de extranjeros, y obligar a los padres de niños que hablan mal danés, a enviarlos a las guarderías. También prevé imponer condiciones más duras para la reunificación familiar de los inmigrantes, entre otras medidas.
La expulsión masiva de gitanos ordenada por el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, recibió críticas, pero ninguna acción por parte de los demás gobiernos de la Unión Europea. Es que no es el único gobierno en acudir a esas medidas. Ya Italia había expulsado ciudadanos rumanos en masa, y todos los días, inmigrantes africanos que llegan a sus costas, con el agravante de recluirlos en centros de deportación en África.
Recientemente la canciller alemana Angela Merkel, anunció que la Alemania multicultural ya no funciona, y aseguró que cuando permitieron el ingreso masivo de inmigrantes en las décadas de 50 y 60 cuando necesitaban mano de obra, no pensaban que iban a quedarse. Tenían que venir a trabajar y regresar a sus países cuando no fueran necesarios, dijo más o menos con otras palabras.
La semana pasada, una jueza italiana sentó un macabro antecedente. Al fallar en la indemnización a un trabajador albanés muerto en un accidente laboral en Italia, fijó la compensación a sus familiares, en 32 mil euros, diez veces menos de lo que se pagaría si el trabajador fuera italiano.
Según la jueza, como los padres del fallecido viven en Albania, un país pobre, pagarle la misma compensación que a un italiano, sería una forma de “enriquecerlos de una manera injusta”. La jueza desestimó una resolución del Tribunal Supremo que establece que lo que importa en la muerte de un operario no es el lugar donde suceda, sino la muerte en sí.
Así, poco a poco, se va dictando jurisprudencia en contra de los inmigrantes y segregando aún más a los que llevan tiempo trabajando y contribuyendo a sus economías y culturas.
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